FRANCISCO, EL DESHEREDADO
Eran las 2:15 de la madrugada cuando volvía a casa. Frente a la Plaza de la Cebada ardían un par de cajones de plástico, trapos, papeles y casi todas las pertenencias de Francisco, un hombre de sesenta y tantos años que entre el fuego y el estupor no conseguía entender lo que le estaba pasando. A los que nos acercamos nos contó que mientras dormía alguien había prendido fuego a sus cosas y las llamas lo despertaron. Un vecino del edificio de El Diamante avisó que ya había llamado a los bomberos. En pocos minutos estaban allí y en segundos apagaron el fuego, transformándolo en un olor irritante. Con implacable resignación nos dijo su nombre, que la vida era injusta y que hace muchos años le robaron un destino de heredero de condados, fincas y palacios. Después se alegró de que se salvara una de sus mantas y de que ya fuera verano.
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