El viaje de vuelta desde Las Vegas era cansador. Tras hacer escala en Filadelfia me dispuse a hacer el último recorrido a las tiendas del aeropuerto, hojear algunas revistas y comprarme el último número de Vanity Fair, american edition. Ya en el avión, y a pesar del retraso, el tiempo pasó rápido.
El número de junio tenía un buen surtido informativo. Para empezar una trifulca en la comunidad de vecinos más top del Soho, en la que Nicole Kidman, Calvin Klein, Vincent Gallo y Marta Stewart no tenían nada que envidiar a los protagonistas de Aquí no hay quien viva; eso sí, en unas magníficas torres acristaladas, diseñadas por Richard Meier y con el Hudson River de fondo. Después, un reportaje sobre la vida de Bill Clinton desde que es un ex inquilino de la Casa Blanca y prepara su libro de memorias para pagar las cuentas. Y, finalmente, el plato fuerte: una entrevista a Brad Pitt con impecable reportaje fotográfico, dejando claro las transformaciones físicas a las que tuvo que someterse por exigencias dramáticas de su papel en Troya.
Llegado el momento de ver una película, la pantalla individual correspondiente a mi asiento de clase turista no funcionaba. Fue entonces cuando un amable azafato de US Airways comenzó a oir mi reclamación sin disimular sus miraditas, hasta posar su vista en el Brad de la portada del Vanity y decir: -Mmmm
sí que es fantástica esta revista. No te preocupes, mejor intentaré que pases a Primera, viajarás más cómodo. Al rato volvió, me guiñó un ojo, habló con quien sería su jefa - una cuarentona rubia de mandíbulas cuadradas - y cambió de expresión. La mujer se acercó. La persistente terquedad con la que comenzó a presionar los comandos de la minipantalla consiguió repararla. La película ya había comenzado, pero daba igual, de todas formas ya había visto Big Fish. El volvió a pasar, esbozó una sonrisa, dijolo sientoy cuando me sirvió la cena me preguntó si quería repetir o beber otra cosa. Yo seguí leyendo, aún quedaban varias horas para llegar a Madrid.